Historias de fútbol sudamericano. Carlos Caszely
El presidente Salvador Allende había sido elegido en 1970 en libres elecciones. Se imponía así una vía distinta al socialismo, una vía democrática. El sucesivo acercamiento de posturas con Fidel Castro aceleró su fin, con la intervención de las fuerzas armadas chilenas apoyadas por los USA de Nixon y Kissinger: la Operación Condor sustituyó la Alianza para el Progreso. La crisis económica del gobierno Allende había favorecido la crisis, pero algo había siempre alejado el Golpe de Estado: el fútbol. Y en particular un equipo, el grande Colo-Colo de 1973.
Campeón de Chile en la temporada anterior, el Cacique (así es llamado el equipo de Arellano) fue protagonista de una gran temporada en Copa Libertadores. Las goleadas contra Unión Española, Nacional y Cerro Porteño, y hasta la victoria por 2-1 en casa del Botafogo (la primera victoria de un equipo chileno en el Maracaná) generaron una gran euforia. No era el momento adecuado para dar un Golpe militar que según Luis Urrutia O’Nell fue postergado varias veces. El equipo de Luis Alberto «Don Lucho» Alamos fue derrotado solo en final, en la prórroga, por el gran Independiente de Avellaneda, que había triunfado en la temporada anterior y que habría ganado también las dos finales siguientes, convirtiéndose para siempre en «Rey de Copas». Era junio.
El 11 de septiembre tuvo lugar el Golpe de Estado con el bombardeo del Palacio de La Moneda y el martirio de Salvador Allende. Chile se convirtió en la dictadura militar del general Augusto Pinochet Ugarte. El General no era un verdadero aficionado al fútbol, pero por supuesto hizo todo lo posible para que el espectáculo futbolero siguiese. Empezó una era en la que los equipos se beneficiaban del dinero de los inversores extranjeros y de la «polla gol», las apuestas deportivas gestionadas únicamente por el Estado, que después repartía parte de los ingresos a los equipos. Y los equipos chilenos se hacían cada vez más competitivos. La Unión Española, con su óptima gestión, se convirtió en el principal rival del Colo-Colo en el campeonato, y llegó muy lejos también en Copa Libertadores rindiéndose en 1975, sólo en final, al Independiente de siempre.
Días antes del Golpe militar la selección chilena había jugado en Rusia contra la Unión Soviética el repechaje para la Copa del Mundo 1974. El Golpe hizo que los soviéticos, también por motivos políticos, se opusieran a jugar contra Chile el partido de vuelta de Santiago. La FIFA intentó organizar el partido en campo neutro. La España de Franco dio su disponibilidad. Obviamente la URSS no se lo pensó y rechazó. El 21 de noviembre la selección fue a jugar el partido al Estadio Nacional de Chile, como si no hubiera pasado nada. Un estadio que durante el Golpe había sido una prisión a cielo abierto para más de 6.000 personas. Se jugaron unos treinta segundos en un once contra cero, se hizo gol y se terminó esa representación teatral vergonzosa: Chile se había ganado el Mundial 1974 en Alemania. Y en ese Mundial participó Carlos Caszely, el primer jugador de la Copa del Mundo en ver una cartulina roja. «Claro» dijeron los pro-régimen, «no quiere jugar el próximo partido contra sus ‘compañeros’ de Alemania Este».
Estamos hablando de un grande, «El Rey del Metro Cuadrado». Caszely era una sentencia en el área: la pelota entraba siempre. Para no bajar la velocidad no se ponía ni siquiera espinilleras. Lo quería el Santos, pero él lo rechazó cuando supo que el Colo-Colo había ya acordado su traspaso sin decirle nada. El Real Madrid también lo quiso y él se contentó de ser el ídolo de la afición del Levante de Valencia, en la segunda división española. Caszely tenía dos grandes pasiones: la pelota y la política. La segunda no era muy aconsejable en dictadura. Pero él era diferente, un hombre vertical. Cuando unos principios morales te guían, no te importa apagar la sonrisa del dictador cuando intenta darte la mano para saludarte y tú te niegas, porque sabes que esa mano está sucia de sangre. Caszely no saludó a Pinochet, como habían hecho sus compañeros, antes de viajar para Alemania. Y no fue su único encuentro público: en 1985 hasta dialogaron. «Siempre con esta corbata roja, señor Caszely» le decía el dictador. «Así es señor Presidente. La llevo siempre al cuello y en el corazón». «Yo le daría un bonito corte, a esta corbata» sugería Pinochet. Y Caszely le derrotaba: «Puede hacerlo, pero mi corazón seguirá siendo rojo». La mirada de quien sabe lo que es el bien. Y que tarde o temprano el bien tendrá que llegar también para su país. La situación económica, social y política impuso a Pinochet un plebiscito. Y él estaba seguro de ganarlo.
En el Referéndum de 1988 ganó el NO, gracias a una propaganda inteligente por parte de creativos publicitarios. Caszely tuvo un papel importante. En medio de horas y horas de propaganda televisiva para Pinochet, que ya había dejado el uniforme para un traje más tranquilizante, la Concentración de Partidos por el No tuvo sólo quince minutos a su disposición, el mínimo indispensable para contentar a algún ojeador internacional. En una de las publicidades, una mujer contaba haber sido secuestrada y torturada después del Golpe, y de no haberlo confesado nunca a sus familiares para no ponerlos en riesgo. Una pausa y después aparecía Caszely en pantalla diciendo «Porque las opiniones de esta mujer son las mías. Porque esta maravillosa mujer es mi madre». La mayoría de los chilenos pensó como Caszely y ganó el NO. Para Pinochet no fue suficiente prometer un nuevo estadio para el Colo-Colo. El Cacique vendió a Hugo Rubio al Bologna y con el dinero reformó el Estadio Nacional. En Chile por fin volvió la democracia. Y en este nuevo Chile el Colo-Colo ganó su primera (y única hasta la fecha) Copa Libertadores. El fútbol, ya lo sabemos, es universal y trasciende el puro deporte. Y si no, preguntad a Carlos Caszely, el hombre que dijo «no» a Pinochet y derrotó un régimen.
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