Roberto Baggio nació el 18 de febrero de 1967 en la localidad de Caldogno, en Vicenza. Está considerado como uno de los mejores jugadores italianos de la historia y uno de los mejores de siempre.
Desarrolló toda su carrera futbolística en el país transalpino, siendo uno de los pocos jugadores que han vestido las camisetas de Juventus, Milan e Inter de Milan. Empezó en la Serie B con el Vicenza, tras el cual daría el salto a las filas de uno de los grandes de Italia, la Fiorentina. Allí se convirtió en el mejor jugador que haya vestido jamás la elástica viola, según sus propios aficionados. Cinco temporadas, 94 partidos y 39 goles provocaron su paso a la Juventus. Allí se produjeron sus primeros éxitos en forma de títulos, la Copa de la Uefa de la temporada 92/93 y el doblete de liga y copa en la 94/95. La temporada del título europeo sería la mejor de su carrera, ya que arrasó en Europa alcanzando los títulos individuales Balón de Oro y Premio FIFA World Player.
Tras el doblete, y presionado por Silvio Berlusconi, “Il Divino” puso rumbo a Milan, donde jugaría sólo dos temporadas, pero engrosaría sus vitrinas con otro nuevo Scudetto. El mismo Berlusconi le traspasó a la Bolonia en la temporada 1997/98, pero tras el Mundial de Francia de ese mismo año, ficharía por el Inter de Milan, completando así su paso por los tres grandes del fútbol italiano. De nuevo en la capital, pasó algunos de sus peores momentos, apartado de la titularidad por Marcelo Lippi. Esto provocó su pase al que sería su último equipo, el Brescia. Allí jugó cuatro temporadas a un muy buen nivel, y tras su retirada en el año 2004, el equipo retiró su camiseta con el dorsal 10 en su honor.
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Con la selección, “Il Codino” siempre mantuvo una relación de amor-odio. Fue suplente en el Mundial de Italia 90, donde alcanzó el tercer puesto. En ese campeonato marcó uno de los más bellos goles que se recuerden contra Chevoslaquia, regateando a medio equipo rival antes de batir al guardamenta. Baggio nunca entendió su suplencia en las semifinales que perdieron frente a Argentina. “Vicini me dijo que me veía cansado. ¡Si tenía 23 años! Me habría comido la hierba por ser titular en ese partido”, se lamentó. Sus prestaciones mejoraron notablemente en Estados Unidos 94, ese mundial en el que Italia nos mandó a casa ensangrentados (por el famoso codazo de Tassotti a Luís Enrique) con un gol del propio Baggio. Ya en la final, él mismo fallaría el penalti que propició el título brasileño. “Yo estaba allí en cuerpo y espíritu, y mi concentración era perfecta. Pero me sentía tan agotado que opté por tirar a romperla”, explicó. En Francia 98, alternó su titularidad con Del Piero, y su selección ya no pudo pasar de cuartos, derrotada en la tanda de penaltis por la selección anfitriona. Pese al clamor general, ya no acudiría al Mundial de 2002, ya que Trapattoni decidió no convocarle.
La revista especializada World Soccer Magazine lo incluyó en el número 16 de su lista de los mejores jugadores del siglo XX. Pero sobre todo, es recordado por su técnica, su predilección por el fútbol de toque y su juego alegre e imaginativo, muy alejado de los cánones italianos, marcados por el rígido estilo del catenaccio.
El Baggio no futbolista es un budista convencido que se dedica ahora a su finca agrícola en Argentina, a la que acude a relajarse y a cazar. Es también un blogger activo y ha escrito también su biografía titulada “Una porta nel celo” (Una puerta en el cielo).
Desde octubre de 2002, es Embajador de Buena Voluntad de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. En noviembre de 2010 recibió el prestigioso World Peace Award, concedido por la asamblea de ganadores del Premio Nobel de la Paz. “En comparación con este premio, los demás éxitos personales y profesionales se antojan insignificantes”, comentó.
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