Recuerdo melancólico, con asomo a mi infancia, estar mirando por televisión un partido de Champions League del Barcelona, heteróclito y opíparo en su juego, contra el Werder Bremen. Ronaldinho, escaparate en ese momento, tuvo la oportunidad de cobrar una falta en los límites del área del cuadro alemán y como esporádico mago que es, tiró el balón por debajo de la barrera germana. Pareciera que los defensores y el astro brasileño estuvieron practicando una y otra vez la anotación horas antes del partido. Una sincronización perfecta, que puede ser envidiada por el mejor show de trapecistas del mundo.
El futbol sala es un edén sensacional y de lo más lindo que nos brindó la pelota. Este te exige una técnica depurada que, siendo un mortal, adquieres solo con el trabajo y la práctica. En el caso contrarió, un superdotado como el mismo Ronaldo de Assis Moreira puede dominar esta práctica. Ronaldinho discurrió su fútbol en la duela, lugar que le ayudó a devorar rivales en espacios diminutos con una facilidad tremenda.
El mítico Gremio de Brasil fue su trampolín al futbol europeo, su primera escala, París Saint-Germain en 2001. Aunque la vitrina para mostrarse no fue la mejor; “Gaucho” demostró en dos temporadas con los parisinos y con la obtención del Mundial en Corea-Japón, ser elemento suficiente para fichar con el Barcelona por 24 millones de euros. Como segunda opción tras el fichaje fallido de David Beckham.
Ronaldinho, en su segundo año, logró acabar con la sequía de títulos ligueros del club culé después de seis años con gran ayuda del estratega holandés, Frank Rijkaard. Pero ese no sería el punto más álgido en la carrera del formado en Gremio. En el 2006, Barcelona enfrentó al Arsenal en París, una final más de la Champions League. El club londinense llegó con rastros de unos invencibles pletóricos, empero, el gran momento de Ronaldinho y Samuel Eto´o le arrebataron la primer orejona a los Gunners en su historia. Ese mismo año consiguió el Balón de Oro y fue aplaudido en el Santiago Bernabeu posterior a vencerlos 3-0.
La llegada de Guardiola a Barcelona significó una renovación profunda en el equipo catalán. El estilo bohemio y dicharachero del “10” azulgrana no encajaba con las pretensiones extra cancha que tenía Guardiola, eso y el galopante crecimiento de Messi como el gran jerarca futbolístico del club desencadenó en su llegada al AC Milan.
En 2008 y a cambio de 25 millones de euros, Ronaldinho fue presentado con el Milan. Con los Rossoneri fue incapaz de ganar un trofeo y se fue sin pena ni gloria, solo con chispazos de calidad. Su etapa en Europa estaba apunto de concluir y así fue, regresó a Brasil con el Flamengo y poco después jugó con Atlético Mineiro, conjunto con el que ganó la Copa Libertadores y entró a lista especial tras obtener Champions League y Libertadores en su palmarés.
Ronaldinho recaló en Querétaro en México y Fluminense para terminar su grandiosa carrera. Aunque siempre quedará ese sabor de lo que fue y que duró tan poco en la afición. El futbol extraña las bicicletas o goles de Ronaldinho pero más la eterna sonrisa que imprimió en el terreno de juego.
Si hubiese querido habría sido el mejor de todos los tiempos.