La historia del Hungaria, el equipo exilidado
Eran del este y jugaban como los ángeles. El exilio les llevó de gira por Europa occidental. Nadie pudo impedir que los Kubala, Monsider, Marik, Simotec y compañía, dirigidos por Fernando Daucik, ofrecieran su calidad en los campos del fútbol. Formaban el Hungaria, todo talento e inspiración.
El Hungaria era el equipo de los sin patria, formado por exiliados del Este de Europa, mayoritariamente húngaros, que no podían jugar partidos oficiales por estar sancionados por la FIFA a instancias de sus anteriores clubs. Fernando Daucik ejercía de técnico de aquel conjunto, liderado por Kubala, que tomó cuerpo en Roma iniciada la posguerra. Jugaban para obtener recursos para subsistir mientras no podían reanudar su carrera profesional, truncada por la intransigencia de las autoridades de la Europa del Este. Daucik, que abandonó Bratislava como tantos otros, tuvo la idea de formar un equipo que ofrecía sus servicios a aquellos países que quisieran acogerlos para disputar partidos amistosos. Ellos calmaban su sed de fútbol y el público alimentaba su pasión por el balón, tan bien cuidado por los pies de aquellos futbolistas.
España fue su destino. Santiago Bernabéu y Raimundo Saporta negociaron la contratación del Hungaria, que acabó debutando en Madrid, ante la admiración de los aficionados. El combinado de expatriados obtuvo una victoria por 4-2 e inició una ira de partidos por territorio español. Fue rival de la selección al mismo tiempo que disputaba amistosos en cualquier ciudad que les reclamaba. Al lado de Kubala, el yugoslavo Monsider, el eslovaco Marik y el rumano Simotec, más un grupo de futbolistas húngaros, rusos y búlgaros, formaban el Hungaria, que asombró al fútbol español por su juego vistoso y vanguardista, nunca rácano con el espectáculo. Aquel conjunto revolucionó la concepción del fútbol en España.
Lecciones de fútbol: la historia del Hungaria
Tras pasear su talento por La Coruña y Santander, el combinado de futbolistas orientales llegó a Barcelona para enfrentarse al Espanyol. Visitó Sarriá en verano de 1950 y no defraudó. En una jugada que quedó grabada en la memoria de los aficionados que acudieron al estadio, Ladislao Kubala marcó un gol sensacional. Puso el balón en juego en el círculo central, lo retrasó a Marik, quien, tras observar el avance del astro, le sirvió el esférico por alto, cerca del área blanquiazul. En la zona de influencia, Kubala mató el balón, superó al defensa con un sombrero y empalmó una volea que acabó en las redes del Espanyol. El público se rindió al juego visitante, entusiasmado con la exhibición de talento y potencia.
Samitier había visto jugar a Kubala, el joven rubio, de cuerpo robusto y toque angelical, en Madrid. El secretario técnico azulgrana, que leía el fútbol como nadie, presionó para que el Barça fichara aquel excelente futbolista, por el que también estaba interesado el Real Madrid. Siguiendo los consejos de Samitier, el entonces presidente del Barcelona, Agustí Montal, y el vicepresidente, el doctor Mestre, abordaron a Rosendo Calvet, secretario de la Junta, con una obsesión: “Este chico es extraordinario. No se puede escapar”. El futuro profesional de Kubala, tan incierto por el veto de las autoridades húngaras tras su huida del país, empezaba a tomar cuerpo.
Kubala y Daucik, al Barça
El club azulgrana trabajó fuerte para que Kubala se incorporara al club. Después de meses de incertidumbre –la FIFA no daba la libertad al jugador-, el futbolista que entusiasmó al fútbol español con sus intervenciones en el Hungaria pudo jugar con el Barça. Debutó oficialmente en un partido de la Copa del Generalísimo, frente al Sevilla en el Nervión. Era el 29 de abril de 1951. Por aquel entonces, Fernando Daucik, técnico del Hungaria y cuñado del jugador, ya entrenaba al Barça. Cuando firmó su contrato con el cub catalán, el 15 de junio de 1950, Kubala puso como condición el fichaje de Daucik, hombre de su confianza.
Con el permiso conseguido, Kubala empezó a deslumbrar a la afición azulgrana. Su fútbol, tan atractivo como el que ofrecía en sus partidos con el Hungaria hizo pequeño el campo de Les Corts. Con él, el Barça se trasladó al Camp Nou. Daucik y Kubala dirigieron hacia la gloria el Barça de las Cinco Copas. Y se convirtieron en leyenda. Como el Hungaria.
El equipo perseguido
El Hungaria nació por la necesidad de obtener recursos económicos. Los jugadores exiliados, ante el veto de las federaciones, no podían disputar partidos oficiales y necesitaban ingresos. El caso más paradigmático fue el de Kubala. El astro había acordado un contrato con el Barcelona, aunque cuando estampó su firma no sabía si podría disputar encuentros oficiales. Samitier removió cielo y tierra para levantar la sanción. La Federación Española, que presidía Sancho Dávila, también intervino en el asunto. Muñoz Calero, miembro español de la FIFA, aportó su experiencia al caso e incluso amenazó al máximo organismo internacional: si no se permitía jugar a Kubala, España y las naciones sudamericanas se retirarían de la FIFA. La nacionalización del jugador, aprobada por el Gobierno español, convenció a las autoridades futbolísticas, que acabaron por claudicar.
Así de increíble fue la historia del Hungaria.
[table “106” not found /]